El primer día llegamos a Nápoles bien tempranito, a penas habíamos dormido ya que nos habíamos levantado a las 3:30 de la madrugada para estar en el aeropuerto a las 5:00 ya que nuestro vuelo salía a las 6:00. Así que a las 8:30 estábamos aterrizando en suelo napolitano sin casi haber dormido (yo al menos, soy incapaz de dormir en los incomodos asientos del avión).
En el embarque vimos una señora, que llevaba exceso de equipaje, viajábamos con Ryan Air, así que tenía todas las papeletas para que que tuviera problemas y le hicieran pagar por dicho exceso, la maleta aunque reglamentaría para este tipo de vuelos, tenía fuelle y la mujer la llevaba a explotar, además del bolso gigante, mochila y varias cosas en la mano como un cojín para el cuello y todas esas cosas.
Al llegar a Nápoles nos disponemos a pillar un bus que nos deja a 100 metros del hotel, así que nos proponemos ir para allá, dejar las cosas y luego ya dar un paseo. Nada más salir del aeropuerto, miles de taxistas furtivos nos abordan para que nos vayamos con ellos, dicen que por 5€ nos llevan igual que el bus y que no esperamos colas (su idea es llenar el coche con cuatro pasajeros más y que el viaje le salga rentable). Después de conseguir escabullirnos de ellos, conseguimos llegar a la cola del bus, vemos a la señora de exceso de equipaje contando a una pareja joven, que va a ver a su hijo, que su hijo está de Erasmus, que no se fía de los taxistas furtivos, que casi se queda en tierra por exceso de equipaje, que calor hace, que que lleno va el bus, entre medias, recibe una llamada de su hijo y le describe por donde va:
— Pues no sé hijo… por una carretera con muchos carriles,… estamos atascados… y no sé cuantas cosas más…
En fin el viaje de bus casi se me hace más largo que el de avión.
Por fin llegamos y vamos andando al hotel, dudamos si tomar un café antes, pero quiero localizar el sitio y quizás luego tomar un desayuno ya con calma. Buscamos un hotel, no vemos nada en la dirección indicada. Por fin preguntamos y un amable portero de un portal que parece de oficinas, nos dice que sí, que ahí es, que crucemos un patio entremos por una puerta y vayamos a la segunda planta, no da 5 céntimos para el ascensor (no entiendo muy bien que quiere decir). El portar da un poco de miedo, bastante decadente, vemos un ascensor, parece de los años 70 y no haber tenido una revisión desde que lo instalaron. No estamos muy seguros de cogerlo, son dos plantas y el ascensor no da mucha seguridad. Como vamos cargados decidimos aventurarnos. Llegamos a la segunda planta y efectivamente una de las puertas pone que es el «hotel» donde nos alojamos. Hemos llegado pronto, no hay nadie, pero después de los nervios pasados y el cansancio, decidimos quedarnos esperando en el descansillo.
Llega la recepcionista, nos atiende de mil amores, entre inglés, italiano y español que hace indescifrable cualquier cosa que dice.
Nos instalamos en la habitación y por fin ¡vamos a desayunar!
No nos complicamos mucho, a la vuelta de la esquina hay un par de bares, así que nos sentamos en uno de ellos. Dispuesto a innovar dentro de mi dieta, me pido un croissant y un expreso. Dentro de la variedad de cafés pronto aprendo que para la próxima debo pedir un expreso lungo, en este caso decidimos pedir un segundo expreso, ya el que primero a penas parece un dedal. Aunque rico, es escaso.
Dentro de las cosas importantes que tenemos que ver decidimos ir primero al Quarteri Spagnoli, un barrio popular lleno de callejuelas empinadas y estrechas, llenas de vida, grafitis y de Maradona. Tan lleno está de Maradona que apabulla. Aunque menos popular se ven también bastantes referencias a Totó, el actor de comedia, que a mí en lo personal nunca me hizo demasiada gracia.
De allí salimos a la Vía Toledo, calle bulliciosa, llena de vida, comercios nos sorprende que los coches no se paran en los semáforos, hay basura por todas partes, vendedores ambulantes por doquier y hasta mendicidad infantil. Parece como una ciudad española de medidos del sXX.
Llegamos a la Galería Umberto I, una hermosa galería llena de bares y tiendas, pero con un techado acristalado realmente impresionante. De allí nos acercamos hasta la Plaza del Pebliscito, nos maravillamos mientras toca un músico callejero y una pareja decide ponerse a bailar de manera improvisada. Nos acercamos hasta los jardines del Molosiglio, donde descansamos un rato y nos maravillamos de las vistas del Vesubio.
Como apenas hemos dormido, nos acercamos a un supermercado, compramos algo de comida y nos vamos a la habitación, para comer y echar una pequeña siesta y recuperar fuerzas para volver a la calle a seguir viendo la ciudad.
Por la tarde nos acercamos al Centro Storico, vemos el Doumo, seguimos maravillados, viendo a chavales de apenas 12 años, montando en moto, sin casco, haciendo cabriolas por el centro de la ciudad (como comentaba hace años que algo así no se ve en el centro de ninguna ciudad española). Ya es tarde y llevamos un par de horas pateando la ciudad, así que nos tomamos un helado italiano, después del café, una de las grande maravillas de las que disfrutamos en Italia.
Vamos hasta el funicular que nos sube al castillo de San Telmo, una de las curiosidades de la ciudad, una vez arriba disfrutamos de los miradores de la ciudad, contemplamos el skyline, las vistas del Vesubio y las vistas panorámicas. Volvemos caminando tranquilamente y disfrutando de la ciudad, nos damos cuenta que ya de noche estamos atravesando el Quarteri Spagnoli, si no hubiéramos estado allí esa misma mañana quizás me hubiese asustado de atravesar dicho barrio de noche, pero ya me resultaba familiar y no había ninguna perdida hasta el hotel.
Al día siguiente nos espera ni más ni menos que Pompeya.