La luna me abrazaba suavemente y me susurraba cosas bonitas con el rumor del mar. Yo mientras me ruborizaba, ella siempre me había gustado, pero nunca se había fijado en mi. Esa noche había sido diferente, yo dormía con ella y no iba a dejar pasar esa oportunidad.
Todos estaban expectantes para ver lo que sucedía, como si fuera la primera cita de un amor colegial y eso hacía que yo estuviese, quizás, un poco más nervioso de lo normal.
— ¡Ay luna! tanto tiempo ahí y tú sin haberte fijado en mí.
Y las olas me respondieron con un susurro de amor al oido que me dejo helado.
El momento que todo el mundo espera, a mi me había llegado. La noche era perfecta y el tiempo se escapaba de nuestros sentidos, como las hojas caen de los árboles y ella también aunque yo no me diera cuenta. Se consumía de amor y yo no podía dejar de quererla para remediarlo ¡todo ante que eso!
Y como si de una mantis se tratase, la devoré por completo, la luna desapareció ante mis ojos todo fue por mi culpa, desapareció sin una despedida. Más vale tener un instante de amor verdadero que muchos de hipocresía.
Más tarde regresó, pero ya no era ella, era otra, otra que yo no conocía, nunca sería ya la misma. Yo estaba feliz por que había sido mía durante un momento, más de los que cualquiera de los mortales habría tenido alguna vez.
En el viaje de ida, dormimos en alguna playa de la costa malagueña. No recuerdo cual era, pero sí sé que me costó dormir y en alguna hora de la madrugada se produjo un eclipse de lunar.