José Antonio de la Loma intenta seguir los éxitos comerciales llevados a cabo con la saga de Perros Callejeros con una banda de chicas que realizan pequeños atracos en Barcelona. Realiza esta película que poco tiene que ver con sus precuelas y sería una especie de epilogo por su parte al filón, realizada el mismo año que Yo, el Vaquilla.
Berta acaba de salir de la cárcel y tras intentar conseguir un trabajo honrado a través de su hermana, y su chulo lo impide enseñando unas fotos subiditas de tono cuando está aún era menor de edad; Crista da pequeños palos, pero parte del dinero se lo lleva su padrastro que se lo gasta en vino y Sole es drogadicta, pero cada vez le cuesta más conseguir el dinero para pagarse la heroína..
Las tres amigas deciden montárselo por su cuenta y atracar a gente de los barrios altos. Sólo el dinero, ya que las joyas son más difíciles de colocar y solo un palo por noche. Disfrazadas de hombres se dedican a dar palos con bastante éxito.
Pero en la ciudad hay dos policías que usan métodos poco ortodoxos para detener a delincuentes y limpiar calles de Barcelona, abusan de las prostitutas, asustan a los travestis o roban coches para pasar desapercibidos.
Tras la muerte del padrastro de Crista, la vida del policía y de ella se cruzan, en lo que inevitablemente se convertirá en una relación de amor-odio, ambos se desean, pero están en lados opuestos de la sociedad.
Tras dar un “golpe” importante en una discoteca, la policía decide emplear todos los medios a su disposición para detener la nueva oleada de atracos y por otro lado el mafioso que regenta la discoteca se pone en marcha en busca de venganza.
Mientras el cerco se cierra sobre ellas, Manolo (Tony Isbert) sale de cárcel, hermano de Crista y novio de Sole, le da un soplo a Sole sobre un golpe seguro, del que posteriormente le ofrece a Sole, deshacerse de sus socias y quedarse ambos con todo el botín para huir a sudamérica.
Así que en un prestigioso y exclusivo restaurante, todo sale de perlas, pero el dueño de la discoteca da con Manolo y hace que cante los golpes cometidos por las chicas. La policía da también con ellas.
La policía recupera las joyas y el dinero, pero deja escapar a las tres chicas y a Manolo en el barco rumbo a Sudamérica.
Probablemente queriendo dar una versión femenina (que no feminista) de la delincuencia y alejarse de la misoginia que acompaña a la trilogía de Perros callejeros, Jose Antonio de la Loma se adentro en un universo en el que el resultado es bastante lamentable. Desde los diálogos iniciales en los que Berta sale de la cárcel, haciendo chistes sobre que no lleva bragas, a las explicaciones de más de Manolo, diciendo que no es menos hombre por por haber puesto el culo en la cárcel a cambio de protección o la VTS del policía al abusar de una las prostitutas que frecuenta… todo ello causa bastante sonrojo al espectador actual. Quizás lo único destacable es la airada defensa de Don Eulogio, de los travestis detenidos trás una redada.
Por lo demás la película no consigue salvar a su director de un machismo institucionalizado y en el que a la mujer no se la dan opciones: o dar palos o abrirse de piernas, contando que aunque viven cierto empobrecimiento, no es la marcada marginalidad de “El Torete” o cualquiera de sus secuaces.
Aunque esté emparentada con la susodicha saga, quizás está película tenga más que ver con Nunca en horas de clase (1978) o El último viaje (1974), en la que jovencitas aburridas buscan refugio en las drogas o delinquen para darse los caprichos que sus padres no les dan.