Marruecos - Año 1996

Marruecos II (Marrakech)

Marrakech a veces puede ser maravillosa, pero otras puede ser horrible. Hacía días que habíamos quedado con aquella rubia explosiva y no podríamos faltar a la cita, ella nos había asegurado que nos esperaría el tiempo que hiciera falta y estábamos en la obligación de acudir.

Nosotros nos encontrábamos en pleno centro de la ciudad, perdidos en un laberíntico zoco que se enredaba por mil y una tortuosas curvas que hacía que fuera imposible salir de allí. Todas las calles estaban cubiertas con vistosos toldos que hacía que el calor no penetrara de forma tan agresiva y simplemente se dejaba insinuar entre sus rendijas.

Cientos de rostros nos miraban como los buitres vigilan la carnaza, estaban al acecho esperando un momento de descuido para abalanzarse hacía nosotros y ser presas fáciles de sus engaños; unos reclamaban nuestra atención poniéndose a trabajar a nuestro paso, otros directamente nos invitaban a pasar a sus habitáculos llenos de embelesadoras fragancias y lámparas maravillosas.

Nos dirigimos a su encuentro a través de la zona comercial, las miradas ya no se clavaban en nosotros, los rostros eran de un árabe europizado que quizás me hacía sentir más incómodo si cabe ¿por qué esos disfraces?

Preguntamos a los viandantes por ella, las caras se transformaban por completo, parecía que habíamos propinado el mayor de los insultos. Preguntábamos por ella en los hoteles de lujo, pero fue en vano, nos echaban descaradamente.

Mientras a 40ºC nuestras bocas se secaban y nuestras mentes solo pensaban en abrazarla, besarla, sentir su fresco aliento y volver a sentir algo de vida.

Empezábamos a desfallecer, solo recibíamos negativas, se empezaron a oir las primeras voces de abandono, pero yo estaba dispuesto a llegar hasta el final, era imposible que no lo encontráramos, tenía que estar allí, iba a ser nuestra única cita con ella en todo el viaje y importante verla.

Por fin una voz de esperanza nos sugirió el hotel donde se podría alojar. Ya totalmente exhausto, sin fuerzas para seguir adelante, tomamos lo que nos quedaba de aliento y seguimos a su encuentro. Surgían una y otra vez voces de desánimo, la posibilidad de que tampoco estuviera allí nos rondaba a todos la cabeza, pero con el calor mi cabeza empezó a delirar, a verla en espejismos, como al burro que le colocan la zanahoria delante para que no se detenga.

Nuestras lenguas estaban secas, los cuerpos sudorosos, los labios se nos habían empezado a agrietar, los ojos nos escocían a causa del sudor que rodaba por nuestra frente, los píes se movían arrastrándose, realmente Marrakech era una ciudad tortuosa.

Al fin conseguimos llegar al punto de encuentro y allí estaba, más guapa que nunca, el sufrimiento había merecido la pena. La estreché entre mis manos, nuestras bocas se fueron acercando poco a poco, despacito, mientras mi mano la acariciaba recorriendo su cuerpo, cogiéndola con fuerza para no perderla.

Al fin nuestras bocas se unieron y supe en ese instante que nuestra relación tendría un pronto final, era inevitable, había que aprovechar el instante de placer que el destino nos había concedido; no era cuestión de hacer planes de futuro.

Mientras nuestras bocas se besaban una y otra vez, ella vertía en mi todo su néctar de pasión que hacía que mi garganta reseca volviera a ser lo que era.

Pero en fin como le dicho todo se acaba y entonces todos al unísono decidimos pedir otra ronda de cervezas.

(No recuerdo bien el año en el que viaje a Marruecos, quizás fuera 1990 o 1991).

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